El mundo de las traducciones profesionales está repleto de historias y datos sorprendentes. Aunque esta profesión es imprescindible en el ámbito de la cultura, ya que sin ella no podríamos haber leído a jamás a gran parte de nuestros autores favoritos, para gran parte del público sigue siendo un misterio. Apenas conocemos a los traductores por su nombre, y sin embargo es posible que hayamos leído decenas de libros trasladados a nuestro idioma por el mismo autor. Pocos trabajos culturales están tan alejados de sus consumidores como éste. Por eso te proponemos un breve anecdotario de curiosidades sobre este sector que te descubrirá algunos de sus secretos.
Traducciones profesionales literarias: curiosidades
Puede que los traductores no sean considerados tanto creadores en sí como meros facilitadores de cultura; elementos puente que trasladan el universo de un autor principal a nuestro entendimiento. Sin embargo, no por ello deben permanecer en el ostracismo. Al igual que los editores, forman parte fundamental de las bambalinas de la industria. Rindámosles un homenaje repasando algunas historias llamativas.
¿Sabías que… el hijo de Jorge Luis Berlanga era traductor?
El director de obras maestras como Bienvenido Mr. Marshall o El Verdugo tuvo dos hijos: Carlos, personaje mítico de la movida madrileña e integrante del grupo Alaska y los pegamoides, y Jorge, periodista, escritor y, sí, traductor. A él le debemos los primeros ejemplares de Bukowski que aparecieron editados en nuestro país por Anagrama. Eso sí, era buen representante de ese adagio que dice traduttore, traditore. A Berlanga le gustaba meter en sus trabajos lo que en la industria editorial se conoce como «morcillas»: pequeñas aportaciones personales que el autor original no había previsto. Lo curioso es que según muchos críticos, esas traiciones mejoraban el texto. Basta poner como ejemplo el libro Ham on rye, que el español cambió por el mucho más sugerente La senda del perdedor. Su amigo Ray Loriga lo contaba así en una entrevista: «Las traducciones para Anagrama las hacía Jorge Berlanga, que era íntimo amigo mío. Cuando salían, me decía: “¿Has notado algo?”. Y yo le respondía: “Este capítulo te lo has inventado”. “Ya, ¿pero cuela?» (…) Metía muy poquito. ¡Pero lo hacía tan bien!»
¿Sabías que… Jorge Luis Borges tradujo a Kafka o Jack London?
El clásico argentino también se había dedicado a este noble arte, que practicaba por afición. Era un hombre tan apasionado de la traducción que incluso consideraba El Quijote una novela mucho más interesante en su versión inglesa. La boutade le valió el insulto de Arturo Pérez Reverte, que lo calificó como gilipollas. El columnista más temible de la prensa nacional, Francisco Umbral, respondió con un artículo en el que defendía a Borges y ridiculizaba la falta de estilo literario del padre de Alatriste, lo que provocó una nueva embestida de Reverte, dando lugar a una de las reyertas literarias más gozosas y recientes de nuestras letras.
¿Sabías que Jonatha Franzen se las tuvo con un traductor español?
Ramón Buenaventura, poeta y traductor español, no guarda un buen recuerdo de Las correcciones, la novela que catapultó a Jonathan Franzen como heredero (uno de tantos) a conquistar La Gran Novela Americana. «Hubo que perder el tiempo en necedades como convencer al autor de que en español no es error sintáctico colocar un adjetivo delante del nombre». Franzen tampoco permitió al traductor añadir notas explicativas ni traducir PA como Pensilvania, pese a que nadie en nuestro país está acostumbrado a referirse así al estado norteamericano.
¿Qué te parecen estas anécdotas? ¿Conoces más historias fascinantes relacionadas con el mundo de las traducciones profesionales literarias? Si es así, no dudes en sugerírnoslas en la sección de comentarios.